3.11.06

El taxista y el sacerdote

Había una vez, en un pueblo, dos hombres que se llamaban Joaquín González.

Uno era sacerdote el otro era taxista.

Quiere el destino que los dos mueran el mismo día.

Entonces, llegan al cielo, donde les espera San Pedro.

 

- ¿Tu nombre? - pregunta San Pedro al primero.
- Joaquín González.
- ¿El sacerdote?
- No, no; el taxista.
San Pedro consulta su planilla y dice:

-Bueno, te has ganado el Paraíso. Te corresponden estas túnicas de seda con hilos de oro y esta vara de oro con incrustaciones de rubíes.  Puedes pasar.
-Gracias, gracias... - dice el taxista.

Pasan dos personas más, y luego le toca el turno al otro Joaquín, quien había presenciado la entrada de su paisano.

- ¿Tu nombre?
- Joaquín González.
- ¿El sacerdote?
- Sí.
- Muy bien, hijo mío.
Te has ganado el Paraíso. Te corresponde esta bata de poliéster y esta vara de plástico.

El sacerdote dice: -Perdón, no es por presumir, pero... debe haber un error
¡Yo soy Joaquín González, el sacerdote!
- Sí, hijo mío, te has ganado el Paraíso, te corresponde la bata de...
-¡No, no puede ser!
Yo conozco al otro señor, era un taxista, vivía en mí pueblo, ¡era un desastre como taxista! Se subía a las aceras, chocaba todos los días, una vez se estrelló contra una casa, conducía muy mal, tiraba los postes de alumbrado, se llevaba todo por delante! Y yo me pasé cincuenta años de mi vida predicando todos los domingos en la parroquia!  ¿Cómo puede ser que a él le toque una túnica con hilos de oro y vara de platino y a mí esto? ¡Debe haber un error!

- No, no es ningún error- dice San Pedro.

Lo que pasa es que aquí en el cielo ha llegado la globalización con sus nuevos enfoques administrativos.

Por lo que ya no hacemos las evaluaciones como antes.

- ¿Cómo? No entiendo...
- Claro, ahora nos manejamos por objetivos y resultados.
- Mira, te voy a explicar tu caso y lo entenderás enseguida: Durante los últimos cincuenta años, cada vez que tú predicabas, la gente se dormía; pero cada vez que el taxista conducía, la gente rezaba y se acordaba de Dios. 

Entonces, ¿quién vendía más nuestros servicios? Nos interesan los resultados, hijo mío.  ¡Re-sul-ta-dos!

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